En DATHUM, nos encanta pensar de forma diferente. Y una manera de hacerlo es plantearnos cómo sería el mundo si fuese distinto.
Por ejemplo: imagina un escenario en el que no se incentiva la antigüedad en una empresa, en el que, en caso de despido, no existiese indemnización alguna. En resumen, en el que no gano nada por no cambiar de empleo. ¿Cómo sería el comportamiento de las personas? ¿Y el de las organizaciones?
En un escenario así, ¿cómo se fideliza y se atrae el talento?
Habrás escuchado millones de veces la frase: La cultura se come a la estrategia para desayunar. Da igual quién sea el verdadero autor, lo que importa es que nos encanta decirla cuando queremos poner en valor el papel de las personas en las organizaciones. Es algo que suena tan plausible que resulta difícil ponerle algún pero.
La pregunta es si hay algo que esté por encima de la cultura dentro de una organización. Y aquí es donde introduzco un concepto no menor: Los incentivos. El impacto de los incentivos en el comportamiento humano es indiscutible: El miedo, el dinero, el poder, el estatus,... y un buen puñado de cosas que ejercen una influencia absoluta sobre la capacidad de actuar del individuo. Conscientes de todo ello, este famoso eslogan se me antoja incompleto. Propongo una enmienda a la totalidad: “La cultura se merienda a la estrategia, pero los incentivos se meriendan a la cultura”.
Con este nuevo enfoque, volvamos a revisitar nuestro mercado laboral, un lugar donde la “fidelidad” a una empresa sí se recompensa. Este simple incentivo modifica por completo el escenario, ya que lleva a las personas a no moverse, a permanecer, porque el mero hecho de estar se retribuye y se fomenta.
Este incentivo choca frontalmente con otras necesidades de un mercado laboral que demanda dinamismo, flexibilidad y transformación. Ambos escenarios son incompatibles ya que el uno invalida al otro. El incentivo fomenta y conforma una acción que instala al mercado y las compañías en un modo inmovilista.
Ahora piensa en cualquier tipo de organización: Grande, pequeña, industria, servicios, nacional, internacional,... Un porcentaje enorme de todas ellas hablan de transformarse, de cambiar, de dar un salto hacia un nuevo escenario. Esto resulta complejo cuando la arquitectura de incentivos lo impregna todo de quietud y la inercia se erige como la única fuerza que lo mueve todo. Este tipo de incentivos generan mochilas que pesan como losas y que se llevan por delante a cualquier cultura por muy pintona que sea. Así que esa cultura que se come a la estrategia resulta un simple entremés para el incentivo.
Las compañías viven de espaldas al poder del incentivo, y cada vez que escucho cosas del estilo: “Es que la gente actúa como mercenarios”, “la gente no quiere volver a trabajar en presencial”, “es que la gente joven no es resiliente”,... siempre me vienen a la cabeza los incentivos ¿La gente nace así o es el poder de los incentivos quien la lleva a actuar de determinadas maneras? ¿Somos conscientes en las compañías de los incentivos que están presentes y cómo actúan sobre sus profesionales? Otro de los poderes de esos incentivos es el de actuar como fuerzas invisibles: son el elefante en la habitación.
Podemos invertir miles de millones en crear cualquier tipo de cultura, pero en el momento que el incentivo no esté alineado con ella, ésta pasará a un segundo plano y emergerá otro tipo de comportamiento. ¡Así somos los humanos!